En
primer lugar, para poder entendernos necesitamos un mínimo de
precisión, por lo que vamos a acotar los significados de la palabra
“radical”, quedándonos con dos acepciones. La primera hace
referencia al fundamento o raíz de algo o alguien. La segunda tiene
que ver con una posición extrema, tajante, o intransigente en el
modo de pensar y actuar de las personas respecto a algún asunto.
El
término “radical” aplicado a las personas, se usa la mayoría de
las veces en sentido peyorativo. Pero, ¿ser radical es algo
intrínsecamente malo? Yo diría que depende. Si nos referimos a ir a
la raíz de un asunto, en vez de centrarnos en lo superficial o
meramente aparente, estaremos adoptando un enfoque acertado y
positivo. Y si nos referimos a una respuesta extrema o tajante, dicha
actitud puede ser buena o mala; eso dependerá, en todo caso, de las
formas empleadas, así como de la naturaleza y circunstancias del
objeto al que respondemos (por ejemplo, es bueno que seamos
intransigentes con nuestro propio pecado). Por otra parte, no es lo
mismo ser radicales en algunas cosas, que ser radicales en todo;
tampoco es igual actuar siempre radicalmente, expresando con ello un
estilo de vida, que hacerlo en determinadas ocasiones.
Aunque
en la Biblia se nos exhorta frecuentemente a que seamos sobrios y
ponderados, también se nos dan instrucciones radicales en algunos
aspectos. Podemos aseverar que la Palabra, en su conjunto, promueve
un estilo de vida sano y equilibrado.
Ahora
bien, debemos tener en cuenta que el equilibrio deseable en la vida
de las personas no se aplica a una realidad estática, sino a una
realidad en movimiento o cambiante. Por eso el mejor ejemplo que se
me ocurre para ilustrar esa realidad es la de un funámbulo caminando
sobre la cuerda floja. Éste, igual que el cristiano, para no caer
debe andar por el camino recto sin desviarse a derecha ni izquierda.
Para lograrlo, cuando la posición de su cuerpo se desvía hacia un
lado, necesita corregirla inmediatamente, desplazando el centro de
gravedad de su masa corporal hacia el lado opuesto. Cuanto más
grande sea la desviación hacia un lado, mayor debe ser el
desplazamiento en sentido contrario, si quiere mantener el
equilibrio. Algo parecido ocurre con las pesas de una balanza.
Abundando
en esta idea y como bien dice un refrán, “a grandes males, grandes
remedios”. Un tumor maligno no se cura aplicando paños calientes,
sino extirpándolo de raíz y, por tanto, causando dolor. De modo
análogo, para remediar el pecado del hombre, Dios tuvo que enviar a
su Hijo a sufrir el oprobio de su muerte en una cruz. Ésta fue
ciertamente una solución radical, pero la situación en la que se
encontraba el ser humano requería esa medida tan drástica.
Si
bien es cierto que hallamos en la Biblia propuestas radicales, no es
menos cierto que algunas de ellas lo son más en su expresión que en
su contenido. En la cultura hebrea, para acentuar contrastes o
establecer diferencias entre dos cosas que se comparan, se emplean a
menudo hipérboles; es decir, expresiones del lenguaje que exageran
esas diferencias, situando las cosas comparadas en extremos opuestos.
En
Ro 9:13 se
usa una de estas expresiones típicas del hebreo, cuya clave
interpretativa la podemos obtener analizando Gn
21:15-17. Algo
parecido ocurre con Lc 14:26 que, para un mayor
entendimiento, debemos cotejar con Mt 10:37-38.
Así, para poner de relieve que Dios escogió a Jacob con preferencia
a Esaú, se nos dice literalmente: “A Jacob amé,
mas a Esaú aborrecí”. Igualmente,
para establecer la prioridad absoluta de amar a Dios sobre todas las
cosas, por encima de nuestros familiares más queridos y aun de
nuestra propia vida, se nos indica que debemos aborrecer nuestra vida
y a nuestra familia. Sin embargo sabemos con absoluta certeza, porque
lo dicen otros textos de la Biblia y por el contexto general de la
misma, que además de Dios, hemos de amar a nuestros semejantes como
a nosotros mismos.
En
lo que sí es bien categórica y radical la Palabra es en afirmar que
Dios aborrece el pecado y que el cristiano no debe contemporizar con
él, sino rechazarlo con firmeza en su vida.
Mt
5:27-30; Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo
os digo que cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu
ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues
mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu
cuerpo sea echado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión
de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda
uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
Evidentemente
lo que nos enseñan los versículos anteriores no es que nos
automutilemos. Las expresiones relativas a sacarnos el ojo y
cortarnos la mano, de manera simbólica nos indican que no debemos
prestar nuestros miembros al pecado; que debemos ser enérgicos,
reaccionando de inmediato y con determinación contra las
tentaciones. En la encarnizada lucha espiritual en la que está
inmerso el cristiano, para poder triunfar, no puede ser complaciente
o permisivo ni lo más mínimo con sus propios pecados ¡Cuidado con
querer probar sólo un poquito de pecado, consentir sólo un poco de
mentira, o permitir indulgentemente cualquier pequeña dosis de mal
en nosotros! ¡Eso sería practicar un juego muy peligroso!
Un
buen ejemplo de cómo debemos enfrentarnos con firmeza a las
tentaciones lo hallamos en Jesús, cuando recriminó a Pedro su falta
de discernimiento y colaboración inconsciente con el adversario.
Mt
16:21-23; Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos
que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos,
de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y
resucitar al tercer día. 22 Entonces Pedro, tomándolo aparte,
comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en
ninguna manera esto te acontezca. 23 Pero él, volviéndose,
dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres
tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las
de los hombres.
En
el versículo siguiente vemos que a Jesús no le gustan las medias
tintas, sino que espera de nosotros un compromiso radical en
seguirlo. El propio concepto de siervo implica una disponibilidad de
servicio en exclusiva para su amo durante las 24 horas de cada día,
a diferencia del obrero que es contratado por unas horas a cambio de
un jornal. Aunque su jornada de trabajo se extienda desde que sale el
sol hasta que se pone, el tipo de relación laboral es diferente de
la del siervo. Éste pertenece por entero a su señor, mientras que
el jornalero, que es libre, se pone de acuerdo con el patrón en la
contraprestación de un trabajo o servicio a cambio de un salario,
bajo unas condiciones determinadas.
Mt
6:24; Ninguno puede servir a dos señores; porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y
menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Las
dos porciones que expongo a continuación siguen mostrando una
posición radical en el servicio que Jesús les demanda a sus
discípulos. Esto debería llevarnos a pensar en nuestro compromiso y
fidelidad como siervos. No podemos estar con un pie en el mundo y
otro en la Iglesia, ni se puede estar durante un intervalo de tiempo
en la Iglesia y el resto del tiempo en el mundo. No debemos ser
negligentes en el servicio.
Mt
12:30; El que no es conmigo, contra mí es; y el que
conmigo no recoge, desparrama.
Ap
3:15-19; Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni
caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! 16 Pero por cuanto eres
tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. 17
Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa
tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable,
pobre, ciego y desnudo. 18 Por tanto, yo te aconsejo que de mí
compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras
blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu
desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. 19 Yo reprendo
y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.
En
definitiva, ¿qué pide Dios de nosotros? ¿Cómo debe ser nuestra
entrega? Debe ser total, debemos entregarle todas las áreas de
nuestra vida.
Pr
23:26; Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus
ojos por mis caminos.
Jesús
fue radical en el amor. Es relativamente fácil amar a nuestros
familiares más directos y a nuestros amigos a los que nos unen lazos
afectivos, pero es bien difícil mostrar amor hacia nuestros
enemigos. Sin embargo, Jesús nos manda amarlos. Al respecto es
necesario deshacer un equívoco muy extendido: el amor no consiste en
un sentimiento, sino en un compromiso libre y voluntario de procurar
el bien de otra persona. Y esta actitud, aunque nos cueste, sí que
podemos mantenerla, incluso con aquellos que desean o causan nuestro
mal.
Mt
5:43-45; Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás
a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y
orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos
de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre
malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
Ro
12:14,17,20-21;
14
Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.
17
No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de
todos los hombres.
20
Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere
sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego
amontonarás sobre su cabeza. 21 No seas vencido de lo malo, sino
vence con el bien el mal.
Jesús
también fue radical al enseñarnos que debemos esperar confiadamente
la provisión de Dios para nuestras vidas. Debemos vivir por fe y en
fe, desprendiéndonos de todo afán, temor y ansiedad; echando
nuestras cargas sobre Cristo y descansando en Él.
Mt
6:31-34; No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos,
o qué beberemos, o qué vestiremos? 32 Porque los gentiles buscan
todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis
necesidad de todas estas cosas. 33 Mas buscad primeramente el reino
de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. 34
Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de
mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.
Hay
muchos otros mensajes radicales en la Palabra de Dios que se podrían
sacar a colación, todos ellos provechosos para nuestra salud
espiritual. Jesús mismo fue radical cuando les llamó a los fariseos
serpientes o generación de víboras (Mt 12:4; Mt
23:33); cuando
los acusó de ser hijos del diablo (Jn 8:44);
cuando
cargó contra ellos por su hipocresía (Mt 23; Lc
11:37-54); cuando
limpió el templo de toda clase de mercadería (Mt
21:12-13; Mr 11:15-17; Jn 2:13-17); etc.
Sin
embargo, habiendo considerado la radicalidad de Jesús y la Palabra
en algunos aspectos, no quiero causar la impresión de que debemos
ser radicales en todo y bajo cualquier circunstancia. Si tomamos la
vida de Jesús como nuestro mejor ejemplo a imitar, observamos que
también fue manso y humilde, amoroso, compasivo, justo... Como dijo
de Él el profeta: “No gritará, ni alzará su
voz, ni la hará oír en las calles” (Is 42:2; Mt 12:19).
En
resumen, así como la Palabra nos insta a ser radicales en
determinados asuntos, también nos enseña que debemos ser prudentes
en nuestra forma de hablar y actuar; que debemos tratar de
acomodarnos a las costumbres de otros, siempre que no sean
pecaminosas, para, por amor, atraerlos a Cristo; que igualmente por
amor debemos abstenernos de cosas que nos son lícitas, si con ellas
hacemos tropezar a otros más débiles en la fe... En fin, la lista
de instrucciones de la Palabra contrarias a las actitudes o
comportamientos típicamente radicales, sería interminable. Pero, al
mismo tiempo, hemos de admitir que la Biblia también nos desafía a
seguir radicalmente a Cristo.
Sin
más que añadir, me daré por satisfecho si este estudio contribuye
a alcanzar los siguientes objetivos: 1) deshacer el prejuicio tan
extendido de que todo pensamiento o actitud radical es
intrínsecamente malo; 2) admitir que en algunas cuestiones (como la
salvación) y en ciertos casos (oponerse a una desobediencia
recalcitrante, por ejemplo) nos conviene proceder con firmeza; 3)
aceptar que el significado del término radical tiene otras
acepciones diferentes a meramente seguir determinada ideología o
doctrina con un fanatismo ciego; 4) no reducir el significado del
término “radical” a un exceso en las formas, o al empleo de
medios desproporcionados para tratar de conseguir un fin.
Bendiciones
en el Señor.