INTRODUCCIÓN
A
grandes rasgos el libro de Job podría dividirse para su estudio en
cuatro partes:
1)
La durísima prueba por la que tiene que pasar Job (capítulos 1 y
2).
2)
Los juicios y falsas acusaciones de sus amigos contra él (capítulos
del 3 al 37).
3)
La intervención de Dios para reivindicar su gloria y mostrar la
condición del ser humano, incluyendo la del propio Job (capítulos
38 al 41).
4)
Dios defiende a Job, al tiempo que ofrece el perdón a sus amigos, y
lo saca victorioso de la prueba (capítulo 42).
No
es mi objetivo realizar un estudio exhaustivo de este libro, por lo
que me limitaré a considerar sólo determinadas cuestiones que me
han llamado la atención. Por otra parte, en varios de mis anteriores
estudios ya hice algunas reflexiones sobre Job, por lo que
posiblemente se repitan aquí.
LA
GRAN PRUEBA DE JOB
Circunstancias
y contexto histórico
El
primer versículo comienza diciendo que Job habitaba en la tierra de
Uz. No se conoce a ciencia cierta su ubicación geográfica ni el
antepasado que da origen al pueblo que se asentó en dicho
territorio.
Al
respecto, siguiendo un orden cronológico, hallamos tres
posibilidades en la Biblia: 1) Que Uz sea uno de los hijos de
Sem; en este caso no se sabe dónde vivió (1 Cr 1:17);
2)
Que sea sobrino de Abraham, hijo de su hermano Nacor, el cual se
trasladó desde Ur de los caldeos a la región de Harán en la Alta
Mesopotamia (Gn 22:21; 24:10; 27:43; 28:2,5);
3)
Que se trate del nieto de Seir, descendiente de los horeos (Gn
36:28; 1 Cr 1:42; Lm 4:21), en
cuya tierra se estableció Esaú, padre de Edom; sabemos que éste emparentó con los horeos, porque una de sus mujeres fue Aholibama, prima de Uz y también
nieta de Seir (Gn 36:1-2,18,20-21,24).
Aunque
no haya plena certeza de ello, entiendo que la hipótesis más
pausible es la señalada como tercera opción, por varias razones: 1)
Porque Lm 4:21 se
refiere específicamente a Uz como tierra habitada por Edom. 2)
Porque al menos Elifaz, uno de los tres amigos que visitaron a Job,
era de Temán, que es una ciudad de los edomitas (Job
2:11). 3)
Porque los beduinos o sabeos, que robaron parte del ganado de Job y
mataron a sus criados, vivían como nómadas en una extensa región
desértica, que en su parte noroccidental lindaba con Edom (Job
1:15). 4)
Porque la tierra de los arameos, en la que moraban los parientes de
Abraham, que sería la otra alternativa, está lejos de la de los
sabeos, así como de Temán, donde habitaba Elifaz; esta circunstancia hace que disminuyan las probabilidades de
que éste conociera a Job y
de que viniera a visitarlo desde tan lejano territorio.
En
cualquier
caso, no se puede descartar que Uz, la tierra de Job, provenga del nombre del citado sobrino de Abraham. ¿Por
qué? Porque uno de los
dos hermanos de Uz, hijo de
Nacor, fue Buz, y por
tanto el buzita
Eliú podría ser uno
de sus descendientes
(Job 32:2). De ser así el joven Eliú viviría cerca de Job y, por tanto, no tendría que hacer un largo recorrido para ir a visitarlo; incluso puede que lo conociera u oyera hablar de él antes de la visita de los tres amigos de Job.
La
rectitud de Job
Los
calificativos de perfecto y recto atribuidos a Job no provienen de
ningún hombre, sino del mismo Dios Todopoderoso (Job
1:1,8; 2:3).
¿Quiere eso decir que Job nunca había cometido ni el más mínimo
fallo? De ninguna manera, ya que excepto Jesucristo, ningún hombre
ha podido resistir al pecado, que es inherente a la naturaleza
corrompida que hemos heredado de Adán, nuestro primer padre (Sal
51:5; Is 1:5-6; Jn 8:7-9; Ro 7:21, etc).
Por consiguiente, sólo Dios es absolutamente perfecto y bueno (Is
64:5-6; Lc 18:19, Ro 3:10-12; etc).
Sin
embargo observamos en su Palabra que Dios se refiere a una serie de
personas como justas, y Él no puede contradecirse (Gn
6:9; Mt 1:19; 23:35; Lc 23:50; 2 P 1:7-8; etc).
Por tanto, la única posibilidad de ser considerados justos por Dios
es mediante la fe en Él, quien en su Palabra prometió que enviaría
a su siervo justo el Mesías, cual Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo (Is
53).
Y aunque el sacrificio expiatorio de Cristo sucedió en una época
concreta de la historia, Dios ya había dispuesto el Cordero para el
sacrificio antes de crear al hombre (1
P 1:19-20; Ap 13:8).
1
P 1:19-20; ...sino
con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin
contaminación, 20 ya
destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en
los postreros tiempos
por amor de vosotros...
Ap
13:8;
Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no
estaban escritos en el libro de la vida del Cordero
que fue inmolado desde el principio del mundo.
Por
eso, a los santos del Antiguo Testamento, que vivieron en santo
temor, creyendo y confiando en Dios y sus promesas, Él los considera
justos y salvos en Cristo, exactamente igual que a los creyentes del
Nuevo Testamento. Y es que a diferencia de sus criaturas, el Eterno
Dios trasciende las coordenadas espacio-temporales con su
omnipresencia y omnisciencia, de manera que lo que para nosotros es
pasado o futuro para Él es un continuo presente
(Ro 4:17).
Ro
4:17; ...(como está escrito: Te he puesto por padre de muchas
gentes) delante de Dios,
a quien creyó, el cual da vida a los
muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen.
Así
que la perfección de Job no se refiere a una cualidad absoluta, pues
dicho atributo es propiedad exclusiva de Dios. Más bien tiene que
ver con un completo desarrollo del potencial de cada ser humano. Y en
ese sentido Job llegó a alcanzar el máximo nivel posible de
perfección en su condición de hombre contaminado por el pecado de
Adán; al menos en lo que se refiere a sus valores morales y su
relación con Dios. Quizás un ejemplo nos ayude a entender esto: si
decimos de un caballo que es perfecto, no es porque sea capaz de
volar, o de nadar mejor que cualquier otro animal, sino porque es un
ejemplar sano y vigoroso que en su desarrollo se ha ido
perfeccionando hasta alcanzar, como caballo que es, su máximo
potencial.
La
prosperidad de Job
En
su soberanía, Dios tuvo a bien prosperar a Job, no sólo en lo
espiritual sino también en lo material, para premiar su fidelidad,
como hizo con muchos otros de sus siervos, especialmente en el
periodo del Antiguo Testamento (Job 1:2-4,10). Eso no quita,
como veremos en otro apartado de este estudio, que muchas personas
puedan prosperar durante esta efímera vida terrenal al margen de
Dios. Y en sentido opuesto, también ha habido en todas las épocas
muchas personas fieles a Dios que, lejos de obtener prosperidad
material, tuvieron que conformarse con llevar una vida menesterosa,
marcada por la escasez de bienes económicos.
En
cualquier caso, de Job 1:10 podemos extraer un principio: Dios
puede, según su voluntad, bendecir con bienes materiales el trabajo
de sus siervos; pero no podemos esperar que bendiga a los vagos que
no quieren trabajar. Así que, si queremos que Dios nos bendiga
debemos primero ponernos manos a la obra y esforzarnos en nuestro
trabajo conforme a su voluntad. En caso contrario, es posible que
alguien consiga prosperidad económica injustamente o sin merecerlo;
pero esa prosperidad no puede ser consecuencia de una bendición de
Dios. Es más, se sabe de personas que obtuvieron prosperidad
material en esta vida en virtud de un pacto con el mismo diablo, a
cambio de pasar la eternidad con él en el infierno.
Job
1:10; ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo
lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición;
por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra.
La
prueba de Job
Es
necesario y, por tanto, ineludible que la fe de los siervos o hijos
de Dios sea sometida a prueba (Éx 15:25; Dt 8:2; 1 P 4:12).
Las pruebas en la vida de los creyentes sirven para acercarnos a
Dios; para estrechar nuestra relación con Él y así conocerlo
mejor; para aprender a andar en total dependencia de Él y confiar en
su provisión y ayuda; para conocernos mejor a nosotros mismos y ser
humildes; para tener aún más motivos de agradecimiento a Dios; para
impulsar, en definitiva, nuestro crecimiento espiritual.
Dios
prueba la fe de sus hijos, capacitándolos para una vida de lucha
victoriosa en Cristo (Ro 8:37; 1 Co 15:57), pero no los tienta
ni les causa el mal, porque los ama y desea su bien (Stg 1:13,17).
Además Él no deja que seamos tentados más de lo que podamos
resistir, sino que en toda tentación nos dará una salida para poder
soportarla (1 Co 10:13). En
Job 1:11-12 y Job
2:4-7 hallamos un claro ejemplo
de que no es Dios quien nos causa daño, sino el diablo, y en otras
ocasiones incluso nos dañamos a nosotros mismos. En este caso,
aunque Satanás le pide a Dios que actúe contra Job, Él se abstiene
de hacerlo, si bien permite que lo haga el diablo.
Stg
1:13,17; Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de
parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal,
ni él tienta a nadie; ...Toda buena dádiva y
todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces,
en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.
Luego Dios permite en algunas ocasiones que Satanás nos zarandee e
incluso nos dañe materialmente con algún propósito, que a veces
puede que desconozcamos o no alcancemos a comprender (Lc 22:31-32;
Ap 2:10). Por otra parte, Dios controla toda
agresión del diablo contra sus hijos, fijándole sus límites (Job
1:12; 2:6). Recordemos que Dios no nos prometió una vida fácil,
o que nos libraría de persecución y toda clase de aflicciones, sino
más bien lo contrario (Jn 16:33; 2 Ti 3:12; 1 P 1:6-7). Lo
que sí nos garantiza es ayudarnos a sobrellevarlas, haciendo además
que todo lo que nos acontezca, incluso las peores experiencias de
tristeza, angustia o dolor, redunden a la postre para nuestro bien
(Gn 50:20; Ro 8:28; Fil 1:12).
Lc
22:31-32; Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí
Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; 32 pero yo he
rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto,
confirma a tus hermanos.
Lo
que para mí es inexplicable es que para probar a Job Dios permitiera
la muerte de sus hijos, como si fueran moneda de cambio. ¿Lo hizo
porque éstos eran tal vez impíos? No sabemos si lo eran a los ojos
de Dios, y en caso de que así fuera tampoco podríamos deducir que
murieron como consecuencia de un castigo divino, porque muchos impíos
fallecen de muerte natural (Is 55:9).
Por tanto,
esta inhibición de Dios, permitiendo que Satanás causara la muerte
de los hijos de Job, es uno de los muchos misterios acerca de Dios
que mi mente no alcanza a comprender, sin que por ello deje de creer
en su perfecta justicia y sabiduría.
Es
un hecho observable y la Biblia así lo confirma, que muchos hombres
sin temor de Dios tienen una vida relativamente larga y plácida;
mientras que otros, siendo sus hijos, sufren y mueren a causa de su
fe en Cristo. Por consiguiente, la verdadera diferencia entre estos
dos grupos de personas, no se halla en esta corta vida terrenal, sino
en su destino eterno, que para unos será con Cristo y para otros
lejos de Él en el infierno (Sal 37:1-3,7-9; 73:1-3,16-17).
Satanás
y los “hijos de Dios”
En
primer lugar debemos recordar que Satanás es un ser creado por Dios
y, por tanto, no es omnipresente, omnipotente ni omnisciente. Sin
embargo comprobamos que es capaz de observar simultáneamente el
comportamiento de todas las personas en todo el mundo y que además
tiene un poder formidable, que en ocasiones se manifiesta de forma
sobrenatural con toda clase señales y prodigios mentirosos para
confundir y cautivar a los hombres que no han refugiado sus vidas en Cristo (Mt
24:24; 2 Ts 2:9).
Job
1:14-19 nos ofrece una muestra de los variados recursos que Satanás
puede emplear contra los hombres, como sucedió en esta ocasión, usando
como agentes a otras personas para matar y robar; haciendo caer fuego
del cielo; provocando un fuerte viento destructor; etc. Y en relación
con su actividad de acecho y espionaje, vemos que Satanás no
necesitó preguntar a Dios quién era Job cuando éste le habló de
él, sino que mostró evidencias de que lo conocía al detalle.
Pero,
¿cómo es eso posible, si Satanás no puede estar en todas partes a
la vez para poder enterarse de todo lo que pasa? Pues obviamente
porque dispone de un siniestro y multitudinario ejército (una
tercera parte de los ángeles, según Ap 12:3-4) preparado
para actuar incansablemente de manera oculta y coordinada.
Job
1:6-7 y Job 2:1-2 nos
muestran tres cosas: 1)
la actividad febril de Satanás rodeando la tierra y andando por
ella; 2)
su acceso a la presencia de Dios, junto con los aquí llamados “hijos
de Dios”; 3)
el aprovechamiento de esta circunstancia para acusar de pecado a los creyentes. Pero este acceso al trono de Dios tiene fecha de caducidad
(Ap 12:7-10) y, por otra parte,
nos consuela saber que mientras tanto tenemos como abogado defensor
en el cielo a Cristo (1 Jn 2:1; Ro 8:33-34),
quien reivindica su justicia a nuestro favor ante el Padre, en virtud
de su muerte expiatoria y sustitutoria por nosotros en la cruz del
Calvario.
En
cuanto a estos “hijos de Dios” mencionados en Job, evidentemente
son ángeles, en este caso caídos, que ya estaban presentes cuando
Dios fundó la tierra (Job 38:4-7). Coinciden en su naturaleza
angelical con los “hijos de Dios” de Gn 6:1-4 que,
actuando contra natura, fornicaron con mujeres y les engendraron
hijos. Muchos estudiosos de
la Biblia dicen que los “hijos de Dios” que aparecen en el
capítulo 6 de Génesis son los descendientes de Set, los cuales
seguían a Jehová, por contraposición a los de Caín, que se habían
alejado de Él. Sin embargo Jud 6-7
dice con total claridad que los “hijos de Dios” de Gn 6
son ángeles.
Job
38:4-7;¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo
saber, si tienes inteligencia. 5 ¿Quién ordenó sus medidas, si lo
sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? 6 ¿Sobre qué están
fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, 7
cuando alababan todas las estrellas del alba, y
se regocijaban todos los hijos de Dios?
Jud
6-7; Y a los ángeles que no guardaron
su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha
guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del
gran día; 7 como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas,
las cuales de la misma manera que aquéllos
(aquí
el pronombre demostrativo “aquéllos”
sólo puede referirse a “los
ángeles que no guardaron su dignidad”),
habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra
naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del
fuego eterno.
La
resignación de Job
Vemos
que cuando Job perdió prácticamente todo lo que tenía no maldijo a
Dios, como Satanás esperaba que hiciera (Job 1:11,22); ni
siquiera le reclamó, o pidió explicaciones, sino que se resignó y,
postrándose en tierra, lo adoró (Job 1:20). Su resignación,
como es lógico y natural, no impidió que manifestara el profundo
dolor que había en su alma por todo lo que le había sucedido casi
de repente, sin tiempo siquiera para poder asimilarlo.
La
actitud de Job ante tanta desgracia acaecida revela su convicción de
que todos sus bienes se los debía a Dios, que vivía de prestado
(Job 1:21). Así como Job aceptó resignado la pérdida de
todas sus posesiones, incluyendo a sus hijos y criados, los
cristianos tenemos que aprender a contentarnos con lo que tenemos,
dando siempre gracias a Dios por todo (Fil 4:11-13, 1 Ti 6:6-8 y
He 13:5).
Pero por si no bastase con haber perdido prácticamente todo lo que tenía, hay que añadirle a esta desgracia que Job fue abandonado por sus parientes, conocidos y amigos,
aún los más íntimos. En vez de recibir consuelo y apoyo en una
situación tan extremadamente crítica, tuvo que soportar el
alejamiento, la incomprensión y el aborrecimiento por parte de todas
las personas con las que había mantenido relación, como bien se
expresa en Job 6:14-15
y Job 19:13-22.
Ni siquiera su esposa fue de ayuda para él, pues en los momentos más delicados lo incitó a maldecir a Dios (Job 2:9). Mas Job tenía la firme determinación de retener su integridad, cosa que hizo de forma admirable contra viento y marea durante todo el tiempo que duró su prueba (Job 2:10; 27:1-6).
Ni siquiera su esposa fue de ayuda para él, pues en los momentos más delicados lo incitó a maldecir a Dios (Job 2:9). Mas Job tenía la firme determinación de retener su integridad, cosa que hizo de forma admirable contra viento y marea durante todo el tiempo que duró su prueba (Job 2:10; 27:1-6).
Lo
que le aconteció a Job es paradigmático de lo que le puede pasar a
cualquier persona, y particularmente a los cristianos. Cuando a una
persona le van bien las cosas y otros ven que pueden obtener algún
tipo de beneficio, son proclives a acercarse a ella, mostrando
interés por ser sus amigos. Pero cuando a esa persona se le tuercen las cosas y parece que todo le va mal, entonces muchos de sus
allegados pierden el interés que tenían y se alejan de ella como si huyeran de
la peste.
En
situaciones así, en las que nos hallamos solos ante el sufrimiento,
es inevitable recordar que, tal como enseña la Palabra, no debemos confiar
en el hombre, ni siquiera en nosotros mismos, sino sólo en Dios (Jer
17:5-8).
En todo caso los cristianos, como hijos de Dios y seguidores e
imitadores de Cristo, debemos distinguirnos sobre todo por el amor a
nuestros hermanos y el prójimo en general, gozándonos con los que
se gozan y acompañando en su dolor a los que sufren (Ro
12:10,15).
La
visita de sus amigos
Precisamente
esa actitud solidaria de estar al lado de los que sufren, fue la que
mantuvieron inicialmente los tres amigos que visitaron al doliente
Job. Durante siete días con sus respectivas noches su comportamiento
fue intachable y ejemplar, limitándose a acompañarlo quebrantados y
en silencio. ¿Qué podían decirle para consolarlo? Sobraban las
palabras. Cualquier cosa que dijeran para consolarlo o animarlo era
inoportuna y en el peor de los casos podría agravar su dolor, al
considerar tal vez Job las palabras de ellos fingidas o superfluas.
Por eso sabiamente optaron por permanecer callados en su presencia,
tratando de meterse en la piel de Job.
JUICIO
TEMERARIO Y CALUMNIAS CONTRA JOB
Pero
esa comunión cesó cuando Job comenzó a lamentarse de su desdicha
(Job 3:11; 6:2-3; 7:11). A partir de ese momento la actitud de sus amigos cambió por completo, pues entraron en una ácida disputa con Job para censurar sus palabras y rebatir sus argumentos, empleando incluso mentiras y calumnias contra él, y aumentando así el dolor que ya padecía (Job 6:25-26; 11:1-3).
Job
6:25-26; ¡Cuán eficaces son las palabras rectas! Pero ¿qué
reprende la censura vuestra? 26 ¿Pensáis censurar palabras, y
los discursos de un desesperado, que son como el viento?
El
indescriptible sufrimiento de Job
El
padecimiento de Job, que fue abatido en cuerpo, alma y espíritu, no
se puede describir con palabras (Job 6:11-12). A su inmenso
dolor se sumó su incomprensión de lo que le sucedía, pues creía
que Dios lo estaba castigando y no entendía el motivo (Job
10:1-2; 13:23-24; 30:25-31). Job recordaba haber vivido en santo
temor, esforzándose por agradar a Dios en todo, y no tenía
conciencia de haberlo ofendido como para merecer tal castigo (Job
23:10-12; 31:1-40), sin
perjuicio de que reconocía su condición pecaminosa carnal heredada
de Adán (Job 7:20-21).
A
la decepción de Job por el abandono de sus parientes y amistades se
unió su percepción de que también Dios le había dado la espalda
(Job 29:1-5). Es natural que en una situación tan
desesperante y angustiosa vinieran a su mente dudas y preguntas. ¿Por
qué Dios no oía su clamor y lo socorría, perdonando cualquier
ofensa que hubiera podido cometer contra Él? ¿Por qué callaba y no
defendía su causa frente a las injustas acusaciones de sus amigos?
Lo que no sabía Job es que el propósito de Dios no era castigarlo,
sino ponerlo en situación de prueba para llevarlo a un nivel
superior de fe y conocimiento de Él. No sabía que en medio de la
prueba Dios estaba presente y controlando la situación para darle la
victoria.
El
cambio de actitud de sus tres amigos
En
cuanto Job dio rienda suelta a su queja, por la necesidad imperiosa
que tenía de desahogarse y aliviar un poco su dolor, sus amigos
cayeron en la tentación de discutir con él, perdiendo así toda
empatía y pasando por alto su situación de extrema vulnerabilidad
(Job 4:1-9; 20:1-3). En su vehemente discusión declararon de
forma imprudente y temeraria que, siendo Dios justo, había castigado
a Job porque lo merecía, porque había cometido pecados de los que
necesitaba arrepentirse y pedir perdón a Dios (Job 22:21-28).
Así, en vez de compadecerse
e interceder por su amigo, se pusieron como jueces en lugar de Dios
para acusarlo y condenarlo injustamente (Job
15:4-6; 22:4-11).
Los
detractores de Job eran ancianos y tenían reputación de sabios,
pero aunque su discurso suena bien, sus palabras son molestas y
vanas, porque no transmiten consuelo, ni amor, ni misericordia (Job
13:4-5,12). Por tanto, su pretendida sabiduría en realidad era
necedad, pues viendo el delicado estado de Job se comportaron con
total falta de tacto y sensibilidad, hurgando en su herida y
añadiendo más amargura a su alma (Job 16:1-7,20; 17:2;
19:1-4,21-22).
A
pesar de su lamentable error, estos tres amigos de Job no eran
impíos, puesto que temían a Dios. Su visita fue bienintencionada,
aunque luego las cosas se torcieran y la situación se les escapara
de las manos. Llama la atención que en medio de la discusión tanto ellos como el propio
Job expresaron su esperanza de que Dios finalmente lo redimiría y
restauraría (Job 8:20-22; 19:25-27). Por otra parte, se
observa que aun a pesar de su mala actitud frente a Job, el Espíritu
Santo guió a sus amigos a declarar determinadas verdades que en el futuro serían recordadas por otros siervos de Dios (Job 5:17-18/Pr 3:11-12/He
12:5-6; Job 5:13/1 Co 3:19; etc).
Sin embargo parte del discurso que pronunciaron es parcial y sesgado, al
ignorar la realidad de las cosas y la enseñanza de las Escrituras,
tal como argumentó Job contra ellos (Job 21:7-15).
En base a los numerosos ejemplos
de personas a las que Dios había bendecido con abundancia de bienes
para premiar su fidelidad, estos amigos de Job tenían una creencia
muy arraigada en aquella época, que relacionaba directamente las
penurias y desgracias de la vida con los pecados de las personas,
como si se tratase de una ley de causa y efecto (Job
15:17-25).
Pero
la verdad es que esa supuesta relación de causa-efecto nunca se ha cumplido de manera infalible, porque ni todos los que han sido fieles a Dios a través de la historia han obtenido prosperidad material, ni todos los impíos han sido castigados con pobreza en esta vida, sino que en general Dios ha hecho salir el
sol y llover sobre justos e injustos igualmente (Mt
5:45). Parece mentira
que en la actualidad muchos incautos se hayan dejado arrastrar por
esa herejía, al creer en la llamada teología de la prosperidad. Eso
corrobora lo que enseña
Ec 1:9-11
y Ec 3:15,
en relación a que
la historia en cierto modo se repite.
El
orgullo y necedad del joven Eliú
Después
de mucho discutir, los tres amigos de Job reconocieron su error e
injusticia por pensar maliciosamente y acusarlo de pecado, a pesar de
que conocían su testimonio, que siempre había sido intachable. Así
que dejaron de responderle (Job 32:1).
Llegó
entonces el momento que pacientemente había esperado el joven Eliú
para tomar la palabra. Estaba airado contra Job por no reconocerse
culpable de su situación y también contra los tres ancianos porque
lo habían decepcionado, al claudicar y permanecer callados ante
aquél. Entonces reanudó la disputa contra Job, si cabe aún con más
saña (Job 32:16-20), incidiendo básicamente en la misma
actitud inapropiada de sus predecesores, pues se erigió como juez de
Job en lugar de Dios (Job 33:6-7).
Mostrando
una total falta de misericordia y desde su cómoda posición de
bienestar, condenó sin piedad los dichos apresurados de un hombre
que estaba fuera de sí a causa de un dolor incesante y abrumador que
le impedía pensar con claridad. Así ocurrió, por ejemplo, en
relación a la contienda que mantuvo Job con Dios (Job 33:13).
Sin embargo hay que tener en cuenta que Job no tenía plenas
facultades al cometer esta falta. Necesitaba imperiosamente
desahogarse para tratar de mitigar un poco su insoportable dolor; de
ahí que brotara desde lo más profundo de su corazón tan amarga
lamentación, a la vez que un fuerte clamor para exponer a
Dios su causa en presencia de sus amigos que lo estaban
escarneciendo.
Resumiendo,
a semejanza de los tres ancianos, el joven Eliú pecó de orgullo,
falta de compasión, juicios temerarios, tergiversación de palabras,
acusaciones falsas, condena injusta a Job, etc. De ahí que Dios
mismo respondiera de forma audible a Job para reprobar el consejo sin
sabiduría de Eliú (Job 38:1-2).
DIOS
MUESTRA A JOB SU GLORIA Y LE HACE VER SU PEQUEÑEZ
Entonces,
mediante una serie de preguntas retóricas, Dios le hace ver a Job
cuán pequeño es el conocimiento que tiene de Él y su gloria
manifestada en la Creación. Además de eso le hace un par de
preguntas a Job que contienen un reproche hacia él: 1) “¿Es
sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa con Dios
conteste a eso” (Job 40:2). 2) “¿Invalidarás tú también
mi juicio? ¿Me condenarás a mí para justificarte tú?” (Job
40:8).
Naturalmente
ante semejante reto Job sólo pudo contestar: “He aquí yo soy
vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez
hablé, mas no responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar”
(Job 40:4-5).
LA
SALIDA VICTORIOSA DE LA PRUEBA
En
respuesta a las palabras de Jehová, Job reconoció que Dios es
Todopoderoso y que su sabiduría es inescrutable (Sal 92:5),
considerándose a sí mismo un ignorante que se atrevió a contender
con el Altísimo. Por tanto, no dudó en admitir su condición de
hombre pecador, arrepintiéndose y humillándose ante Dios.
Ciertamente
todos somos pecadores, pero es obvio que no todos los pecados son de
la misma magnitud o gravedad (1 Jn 5:17). Por ejemplo, es
pecado tanto insultar a alguien como matarlo; también es necesario
en ambos casos que nos arrepintamos y le pidamos perdón a Dios para
poder estar limpios y en paz con Él. Igualmente Dios está dispuesto
a perdonar cualquier pecado, sea pequeño o grande (Is 1:18).
Pero las consecuencias o daño causado al quitarle a alguien la vida
son mucho peores que si sólo lo insultamos. Por eso Dios escudriña
la mente y corazón de todo ser humano, y observa sus caminos, para
retribuir a cada uno en particular según sean sus obras
(Jer 17:9-10; Ap 2:23).
1
Jn 5:17; Toda injusticia es pecado; pero hay pecado
no de muerte.
Jer
17:9-10; Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y
perverso; ¿quién lo conocerá? 10 Yo Jehová, que
escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno
según su camino, según el fruto de sus obras.
Ap
2:23; ...y todas las iglesias sabrán que yo soy el
que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según
vuestras obras.
En
el caso que nos ocupa, tanto Job como sus amigos tenían fallos por
el simple hecho de haber heredado la naturaleza corrompida de Adán.
Sin embargo Dios estableció una diferencia entre ellos, pues salió
en defensa de Job para reivindicar la rectitud de su conducta y
palabras, mientras que censuró las de sus amigos.
Cabe
destacar que aunque Dios reprobó la actitud y palabras de los amigos
de Job, no los desechó, sino que les ofreció una salida muy
concreta para su perdón y restauración: el sacrificio expiatorio y
sustitutorio de víctimas inocentes en su lugar, conjuntamente con la
intercesión del “justo” Job (Stg 5:16-18). Huelga decir
que Job 42:8 tipifica el sacrificio de Cristo por los pecados
de todos y cada uno de los seres humanos, así como su función de
intercesor como nuestro abogado defensor delante del Padre (He
7:24-25).
Stg
5:16-18; Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por
otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del
justo puede mucho. 17 Elías era hombre sujeto a
pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no
lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses.
18 Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su
fruto.
Cuando
Dios retiró la aflicción de Job, éste pudo, por fin, entender que
no había sido castigado, sino probado. Asimismo comprendió que Dios
siempre tiene un propósito en todo lo que hace o permite que nos
suceda. La superación de esta dolorosa prueba fue valiosa para Job,
al obtener una serie de beneficios: creció espiritualmente y su fe
se fortaleció, se conoció mejor a sí mismo y, lo que es más
importante, adquirió un conocimiento más profundo e íntimo de
Dios.
Por
último vemos que Dios prosperó nuevamente a Job, dándole otra
vez siete hijos y tres hijas, restaurando su anterior buena relación
con sus parientes y conocidos, y entregándole el doble de los bienes
materiales que había tenido; de manera que la postrera bendición de
Job fue mayor que la primera. Y además de todas estas cosas, Dios le
concedió una saludable y larga vida en paz para que disfrutara de todo ello.
Que
el Señor lo colme de bendiciones, querido lector.