11/5/21

La salvación es el mayor regalo de Dios

Todo lo bueno que pueda haber en el ser humano, nuestra vida, el agua que bebemos, los frutos de la tierra que comemos, y hasta el aire que respiramos, procede de nuestro creador, por lo que le deberíamos estar eternamente agradecidos (Stg 1:17). Pero lo más valioso que Dios nos ofrece gratuitamente es el perdón de los pecados y la vida eterna a todos aquellos que queramos recibirlo, arrepintiéndonos y convirtiéndonos a Él mediante la fe en su Hijo, el Señor Jesucristo.

Stg 1:17; Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces...

Así que el Señor no se conforma con darnos lo bueno; Él quiere para nosotros lo mejor. El siguiente texto del evangelio de Marcos, que iré desmenuzando, contiene un claro ejemplo de ello.

Mr 2:1-12; (Mt 91-8; Lc 5:17-26)

1 Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa. 2 E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra.

Una de las razones por las que he seleccionado el texto de Marcos con preferencia a los de Mateo y Lucas, es por ser el único que ubica los hechos en la propia casa donde vivía Jesús, algo que suele pasar desapercibido a muchos lectores e incluso predicadores de la Palabra (Mt 4:12; Mr 9:33; y otros).

Mt 4:12; Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, volvió a Galilea; 13 y dejando a Nazaret, vino y habitó en Capernaum, ciudad marítima, en la región de Zabulón y de Neftalí...

Mr 9:33; Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino?

Jesús se movió con sus discípulos prácticamente por todo Israel, desde Galilea hasta las regiones más próximas del Líbano, Siria, la actual Jordania y Samaria, además de desplazarse en varias ocasiones hasta la lejana Judea, enseñando y anunciando las buenas nuevas del reino de los cielos, que fueron respaldadas con toda clase de señales y prodigios. A menudo Jesús no podía regresar a su casa al final de cada jornada por hallarse predicando lejos, por lo que cabe suponer que Él y sus discípulos posaban en casas donde eran recibidos, tal como les enseñó a sus discípulos que hicieran (Lc 9:2-5).

Lc 9:2-5 (también Mt 10:5-15; Mr 6:7-11; y Lc 10:1-12); Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos. 3 Y les dijo: No toméis nada para el camino, ni bordón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevéis dos túnicas. 4 Y en cualquier casa donde entréis, quedad allí, y de allí salid. 5 Y dondequiera que no os recibieren, salid de aquella ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.

El amor y abnegación que mostró Jesús por la gente durante su estancia en la tierra es más que admirable. No sólo cumplió el propósito principal por el que vino al mundo, entregando su vida en la cruz en favor de toda la humanidad; también dedicó por completo su corta pero intensa vida a satisfacer las necesidades de los demás, negándose a sí mismo. Atendió siempre a todos los que acudieron a Él (Jn 6:37), sin excusarse por estar fatigado, o por no ser el momento oportuno. Esa disponibilidad de Cristo para ayudar a sus semejantes, es la misma que tiene nuestro amoroso padre celestial, a quien podemos clamar día y noche, en cualquier circunstancia, y sin límites de tiempo ni horarios establecidos (Lc 18:7).

Jn 6:37; Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no lo echo fuera.

Lc 18:7; ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Tardará en responderles?

Este servidor se quedó asombrado al descubrir en Mr 2:1 cómo la propia casa en la que Jesús vivía se llenó de una multitud de personas, y cómo Él las atendió predicándoles la Palabra, sin reparar en las molestias e incomodidades que le ocasionaban. Sería justo que Jesús con toda la razón se quejara a la gente, pidiéndoles que lo dejaran descansar tranquilo en su casa y convocándolos a otra hora en cualquier otro lugar; pero no, Él estaba en todo momento dispuesto a realizar la obra que el Padre le había encomendado, predicando a tiempo y fuera de tiempo, como Pablo le encomendó a Timoteo que hiciera (2 Ti 4:1-2).

2 Ti 4:1-2; Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, 2 que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.

La necesidad que todos tenemos de cierta privacidad e intimidad, apenas pudo disfrutarla Jesús a causa de la extensión del reino de Dios; porque grandes multitudes lo buscaban y seguían a todas partes, sin concederle tregua ni reposo. Pero Él con gran amor y paciencia, y en obediencia al Padre, atendía siempre a todos los necesitados. Normalmente sólo conseguía alejarse algo de la gente al comienzo y final de cada jornada, yendo a lugares apartados para estar a solas en comunión con el Padre (Mr 1:35; Mt 14:23).

Mr 1:35; Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.

Mt 14:23 (también Mr 6:46); Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo.

3 Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro. 4 Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico.

Se desconoce la identidad del paralítico y de las personas que lo portaban en camilla. Tampoco sabemos si había entre ellos una relación de parentesco o de simple vecindad; pero lo que es evidente es el amor y compasión de los que acompañaban al paralítico, así como su gran fe y confianza en Jesús, pues de no ser así no se hubieran atrevido a realizar una acción tan audaz, irrumpiendo de esa manera en la casa.

Esta actuación tan opuesta al legalismo y que a muchos debió parecerles una impertinencia, me recuerda a otras, como la que protagonizó en la región de Tiro y Sidón la mujer cananea, cuya hija fue liberada de un demonio que la atormentaba (Mt 15:21-28), o al ciego Bartimeo en Jericó, que fue salvado y sanado por Jesús de su ceguera (Mr 10:46-52). En estos tres casos vemos que la necesidad de recibir sanidad, unida a una verdadera fe y confianza en Jesús, se impuso sobre el temor a hacer el ridículo delante de la gente, o a que Jesús los rechazara por sentirse molesto con su forma de llamar la atención.

Mt 15:22-23; Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. 23 Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros.

Mr 10:47-48 Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! 48 Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!

La mansedumbre de Jesús y su empatía hacia el paralítico que sufría postrado en su lecho, es verdaderamente encomiable. Podía haberles regañado por los desperfectos causados en el techo, o reprocharles que no lo hubieran esperado afuera; pero no fue así, el amor de Jesús era demasiado fuerte como para distraerlo de su objetivo de salvar al paralítico.

1 Co 13:4-7; El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; 5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; 6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. 7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

5 Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.

En una ocasión escuché a un predicador que decía que “la fe de ellos” se refiere a la fe de los que llevaron en su lecho al paralítico, no a la de éste; pero para mí no hay duda de que esta expresión también incluye la fe del propio paralítico. En efecto, si no hubiese depositado su fe en Jesús, éste no le habría perdonado sus pecados, porque, como sabemos, para obtener el perdón de Dios es necesario que creamos en su Hijo y nos arrepintamos.

El proceder de Jesús en este caso debió ser desconcertante para todos los allí presentes, incluyendo al paralítico y sus ayudantes, que probablemente se quedaron decepcionados, porque esperaban un milagro de sanidad. Ciertamente Jesús tenía previsto sanar al paralítico, pero primero quería hacer y enseñarnos algo aún más importante, que es curar al paralítico de la enfermedad del pecado, salvándolo de la muerte o condenación eterna.

Vemos entonces que las expectativas y prioridades del paralítico y de la gente en general diferían de las de Jesús, ya que para Él lo principal era otorgarle al paralítico la salvación eterna, mientras que para los demás era su sanidad corporal. Seamos, pues, sabios y establezcamos nuestras prioridades en la vida conforme a la mente de Cristo (Mr 8:34-37; 1 Co 2:14,16).

Mr 8:34-37 (Mt 16:24-26; Lc 9:23-25); Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. 35 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. 36 Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? 37 ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?

1 Co 2:14,16; Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente... 16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.

Las preferencias de Dios no sólo son distintas de las de los hombres, sino sobre todo son diametralmente opuestas a las de Satanás. Dios obra comenzando a construir desde dentro hacia fuera, mientras que el diablo actúa generalmente en sentido contrario, destruyendo. Por eso Jehová guió a su pueblo retornado del exilio para que primero le edificaran altar (Esd 3:2), luego construyeran el templo (Esd 3:10; 6:14-15), y por último levantaran las murallas y puertas de la ciudad (Neh 2:17-18; 6:15). De igual modo Dios nos hace renacer o resucitar primero de la muerte espiritual, dejando para el futuro nuestra resurrección corporal.

6 Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: 7 ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?

Pero más allá de ver frustradas sus expectativas de sanidad, había allí algunos escribas (según Lucas había también fariseos) que se escandalizaron de que Jesús perdonara pecados, igualándose a Dios, ya que esa prerrogativa le corresponde en exclusiva a Él. Entonces, ¿por qué se atribuía Jesús a sí mismo la potestad de perdonar pecados? Pues porque quiso de ese modo mostrarse claramente como lo que es: el Verbo encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre, sin perjuicio de su ministerio terrenal como maestro y profeta. El problema es que estas élites religiosas, así como otros muchos del pueblo, no quisieron creerlo, porque Jesús cuestionaba el estilo de vida egoísta, acomodaticio e hipócrita en el que se habían instalado y se sentían a gusto (Jn 3:18-21).

Jn 3:18-21; El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. 19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. 20 Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. 21 Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios. 

8 Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? 9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?

Precisamente por ser el Hijo de Dios a la vez que el Hijo del Hombre, Jesús no necesitaba sospechar jamás de nadie, como a menudo hacemos con motivo o sin él los demás hombres, puesto que conocía a la perfección la mente y corazón de cada ser humano, y por lo tanto sabía con certeza lo que estos escribas estaban pensando sin necesidad de preguntarles. Sabía que a pesar de las muchas maravillas hechas ante ellos seguían siendo incrédulos (Lc 6:7-8); pero aun así quiso darles otra señal más, sanando al instante al paralítico.

Lc 6:7-8; Y le acechaban los escribas y los fariseos, para ver si en el día de reposo lo sanaría, a fin de hallar de qué acusarle. 8 Mas él conocía los pensamientos de ellos...

10 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): 11 A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. 12 Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa.

Ante un milagro tan espectacular todos se asombraron y glorificaron a Dios. Pero no nos engañemos, porque aunque este milagro pudo ayudar a algunos de los presentes a creer en Jesús como el hijo unigénito de Dios, probablemente no generó verdadera fe en la mayor parte de ellos. La fe tiene que ver con la actitud o motivación de los que se acercan a Jesús. Entonces, ver a Jesús como una especie de santo milagrero no sirve de nada. Con dicha actitud podemos admirar sus obras y entusiasmarnos en ese momento, pero más temprano que tarde nos olvidaremos, como les pasó a los israelitas que atravesaron el mar Rojo, los cuales murieron en el desierto a causa de su incredulidad; o también a muchos de los que seguían a Jesús sólo para ver las señales, o recibir sanidad (Jn 2:23-25).

Jn 2:23-25; Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. 24 Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, 25 y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre.

Por tanto, si necesitamos andar incansablemente tras señales y prodigios milagrosos para estimularnos, es porque no tenemos realmente fe; porque la fe consiste entre otras cosas en creer sin ver (Lc 16:30-31; Jn 20:29; 2 Co 5:7). Lo que verdaderamente importa es conocer a Jesús y su Palabra para ponerla por obra; es arrepentirnos de nuestros pecados y creer en Él como el Verbo de Dios, como el mesías, como nuestro señor y salvador.

Lc 16:30-31; El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. 31 Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.

Jn 20:29; Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.

2 Co 5:7; ...porque por fe andamos, no por vista...

Ciertamente los milagros pueden ser el empujón que necesitemos para acabar creyendo en Cristo, porque si no carecería de sentido que Jesús dijese en este caso "Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados". Por tanto está claro que los milagros tenían en general un doble propósito o función: 1) Principalmente para ayudar, liberando a los oprimidos de sus cargas. 2) Para revelarse al mundo como el Hijo de Dios enviado por el Padre.

Pero por otra parte no debemos ignorar que gozar de la ventaja de haber visto verdaderos milagros con nuestros propios ojos, o haber experimentado el obrar sobrenatural de Dios en nuestras vidas o en personas cercanas a nosotros, nos hace más culpables ante Dios, si con el tiempo nos volvemos desagradecidos, nos olvidamos de todo el bien recibido y nos apartamos de Él (Lc 10:13-15; Jn 15:22-24).

Lc 10:13-15 (Mt 11:20-24); ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! que si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que sentadas en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido. 14 Por tanto, en el juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón, que para vosotras. 15 Y tú, Capernaum, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida.

Jn 15:22-24; Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado. 23 El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. 24 Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.

Humillémonos, pues, ante el Todopoderoso, rindámosle nuestra vida para que Él la dirija, y todas las demás cosas nos serán añadidas (Lc 12:29-31).

Lc 12:29-31 (Mt 6:31-33); Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. 30 Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. 31 Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas.

Que Dios lo bendiga.