Ec
3:1 “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo
tiene su hora”.
El
hombre, centrado en sí mismo y separado de Dios, tiende a
relativizar todo. Hoy día, más que nunca antes en la historia, es
muy patente la falta de referencias o valores absolutos para mucha
gente.
Como
no puede ser de otra forma, desde el punto de vista humano el tiempo
es necesariamente relativo. El tiempo físico es una variable que
interactúa con el espacio y la velocidad, tal como se expresa en la
fórmula matemática T
= E / V.
En la actualidad es universalmente admitida la teoría de la
relatividad presentada por Albert Einstein en el pasado siglo veinte.
Todo
ocurre en un espacio y tiempo determinado y todo, el mismo universo,
está en constante movimiento: los cuerpos celestes, el mar, los
seres vivos y aun el interior de la tierra, como podemos comprobar en
la actividad volcánica y los terremotos. Vemos, pues, la relación
de dependencia entre tiempo, espacio y velocidad o movimiento. En
estas coordenadas nos movemos todos; son, digamos, inherentes a la
propia vida.
En
cuanto a Dios, siendo Él el creador, no está limitado por
condiciones espacio-temporales. Está por encima de la relatividad,
ya que sus atributos son absolutos: Él es omnipotente, omnisciente y
omnipresente.
Estas
dos últimas cualidades que, como hemos visto están relacionadas,
hacen referencia al tiempo y el espacio. Como es omnisciente conoce
todas las cosas antes, durante y después de que se manifiesten en la
vida finita de sus criaturas y, por otra parte, su presencia lo llena
todo (Sal
139).
Por eso Dios se nos muestra como el Yo Soy de la eternidad, que es
absoluto y trasciende el tiempo.
¿Estamos
hablando de cosas que no entendemos? Hasta cierto punto sí, porque
no podemos abarcar la mente de Dios (Is
55:8). Pero
también es cierto que Él nos hizo a su imagen y semejanza,
dotándonos de inteligencia. Por eso desde los tiempos más remotos
de la historia todos los pueblos han reconocido la existencia de un
dios o ser superior, aunque a medida que la humanidad se fue
corrompiendo, se fue alejando del Dios verdadero y creando de manera
ilusoria falsos dioses para tratar de satisfacer sus deseos. En todo
caso, hay una idea de Dios arraigada en lo más profundo del ser
humano. Según el teólogo católico “San Anselmo”, la aparición
del propio concepto de Dios responde a la necesidad de designar este
ente superior y es en sí mismo una prueba de su existencia.
Los
que pertenecemos al pueblo de Dios, además de la inteligencia propia
del ser humano, que no podemos rechazar como mala porque nos ha sido
dada por nuestro creador, tenemos el Espíritu de Dios morando en
nosotros. Como dice en 1
Co 2:16, “tenemos la mente de Cristo”. Por
eso muchas cosas que a los incrédulos les están veladas u ocultas a
nosotros nos han sido reveladas o dadas a conocer.
Abundando en esta breve reflexión sobre el tiempo, presentaré una serie de versículos con algún comentario.
Todo
tiene su tiempo y su hora, como vimos al principio de esta exposición
en Ec
3:1. En
concordancia con esto se nos dice en
Hch 17:26 que
Dios nos
“ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de nuestra
habitación”.
De
acuerdo a
Ec 9:12,
el hombre no conoce su tiempo. Por eso tenemos que estar preparados,
orando y velando en todo momento (Ef
6:18).
También nos dice la Palabra que el tiempo es corto (1
Co 7:29); de
ahí que tengamos que aprovecharlo bien, porque los días son malos
(Ef
5:16). Como
dice Sal
34:1, “Bendeciré a Jehová en todo tiempo”.
En
el momento de hacer cada cosa a su tiempo, debemos hacerlo sin
demora, no dejando para mañana lo que podamos hacer hoy. En este
sentido la Palabra nos exhorta abundantemente, como podemos ver en
los siguientes versículos:
Ro
13:11 Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos
del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra
salvación que cuando creímos.
2
Co 6:1-2 Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os
exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.
Porque dice: En
tiempo aceptable te he oído, Y en día de salvación te he
socorrido. He
aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación
(ver
también Is
49:8).
Ec
9:10 Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus
fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni
ciencia, ni sabiduría.
2
Ti 4:2 que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de
tiempo...
También
es importante tener sentido de la oportunidad, algo que debemos
pedirle a Dios ¿Quién no estuvo alguna vez despistado y reaccionado
tarde ante una oportunidad que se nos presentó inesperadamente? “Y
la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!...” (Pr 15:23). Por
otra parte, es muy tranquilizador para el cristiano saber que
“en tu mano están mis tiempos...” (Sal 31:15).
Hasta
ahora me he referido más bien al tiempo físico o al tiempo vital de
una persona, pero también hay que considerar la dimensión histórica
del tiempo. En este sentido, la Palabra nos habla proféticamente de
acontecimientos futuros que ya se cumplieron; pero también de
aquellos que se están cumpliendo en la actualidad y de los que aún
están pendientes de manifestarse.
No
podemos predecir con exactitud cuándo sucederán muchos
acontecimientos anunciados, pero sí que podemos discernir las
señales de los tiempos en relación con la proximidad del
cumplimiento de una profecía. Dichas señales también nos permiten
discernir si una profecía se está cumpliendo en el presente.
De
eso nos habla la Palabra en Mt
16:13 “...¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del
cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!”.
Igualmente
en Mt
24:32-33 De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está
tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así
también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está
cerca, a las puertas. (también
Mr 23:28-29; Lc 21:29-31).
A
la vista de las incontables señales que se están dando en la
actualidad somos muchos los que pensamos que estamos asistiendo al
tramo final de los últimos tiempos y que la segunda venida del Señor
está cerca. Digo tramo final porque, cuando la Palabra menciona los
postreros tiempos, no siempre se refiere a un periodo corto de
tiempo, como puede ser la gran tribulación de la que nos habla Mt
24:21 (“porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha
habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”),
sino
que en ocasiones se refiere a un periodo mucho más extenso, que va
desde que Cristo se manifestó en su primera venida, posiblemente
desde la irrupción del Espíritu Santo en Pentecostés, hasta la
fecha de su segunda venida.
Esto
podemos ver que es así en He
1:1-2; 1P 1:20; 2P 3:1-4 (Jud 17-18); y 1Jn 2:18, entre
otros versículos.
Que
la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos nosotros. Amén.
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