He
12:1-2 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan
grande nube de testigos, despojémonos de todo peso
y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que
tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él
sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra
del trono de Dios.
Tenemos
por delante una carrera cuya meta es reunirnos con Jesús, quien ha
ido a preparar lugar para nosotros en el cielo.
¿Por
qué una carrera y no una caminata? Tal vez la Palabra quiera hacer
énfasis en que esta vida es breve y que nuestro destino en la
eternidad se decide en el corto periodo de tiempo que estamos en la
Tierra.
En
cierto modo todos los seres humanos participan en la carrera de la
vida terrenal, ya que ésta pasa rápidamente para todos; pero sólo
aquellos que aceptan a Jesús como Señor y Salvador corren para
obtener el premio que les espera al cruzar la meta. Creer en el Señor
Jesucristo es el requisito fundamental establecido por el organizador
de la carrera para obtener el premio. Aunque se cumplan muchas otras
normas, sin aceptar a Jesús se corre en vano.
1
Co 9:24-25 ¿No sabéis que los
que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se
lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.
Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para
recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.
Fil
2:16 asidos de la palabra de vida, para que
en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano,
ni en vano he trabajado.
Aceptar
el regalo de Dios, que nos dio a Jesucristo, es lo único que nos
garantiza que correremos bien y obtendremos el premio. Este don
gratuito no se puede sustituir ni completar con los méritos de los
corredores para obtener el premio cuando crucemos la meta. Si
hiciéremos eso, el organizador de la carrera se sentiría ofendido
por haber rechazado o menospreciado un regalo tan valioso y nos
castigaría en vez de premiarnos. Seamos, pues, agradecidos y
aceptemos el don de Dios.
Gál
5:7 Vosotros
corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer a la verdad?
La
ruta que debemos seguir en nuestra carrera se indica en la Palabra de
Dios y consiste en seguir a Cristo. Él es el Camino que conduce a la
vida eterna y el salvoconducto para que, al cruzar la meta, recibamos
nuestro galardón.
Jn
14:6 Jesús
le dijo: Yo soy el camino,
y la verdad, y la vida; nadie
viene al Padre, sino por mí.
Porque
tenemos que correr, debemos aligerar nuestra carga, como nos dice He
12:1.
¿Y cuál es la mejor manera de aligerarla? Sustituir nuestra propia
carga por la que supone seguir a Cristo, porque su carga es ligera y
el yugo de correr unido a Cristo es fácil de llevar.
Mt
11:28-30 Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y
yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas; porque
mi yugo es fácil, y ligera mi carga.
De
acuerdo a He
12:1 debemos
igualmente despejar los obstáculos del camino o pecado que nos
asedia. En este sentido hemos de tener en cuenta que la principal
fuente de pecado radica en nosotros mismos, o sea, en nuestra carne.
Luego está el mundo con todos sus estorbos y distracciones, e
inseparablemente unido a estas dos fuentes, el tentador y engañador
Satanás.
Hemos
visto también en el mencionado versículo que esta carrera exige
paciencia, por lo que si nos falta tenemos que pedirla a Dios. Es
como una carrera de fondo o larga distancia que hay que correr con
paso firme y seguro. Si corremos igual que para cubrir una distancia
de 100 metros, nos desfondaremos y no tendremos fuerzas para
continuar. Por eso tenemos que correr inteligentemente. Es muy
importante hacerlo en equipo, ya que la compañía de otros hermanos
participantes puede hacernos más amena la carrera y darnos ánimos.
En
alguna ocasión le oí decir a un hermano que no debíamos pedir
paciencia a Dios, porque entonces nos enviaría pruebas. Ésta puede
ser una ocurrencia ingeniosa, pero no es bíblica.
Cuando
se participa en una carrera de fondo hay que estar muy motivado para
no sucumbir a la tentación de abandonar, luchando contra los
momentos de desánimo. En dichos momentos no es recomendable pararse,
porque nos enfriamos y luego nos cuesta más continuar. Si estamos
muy cansados, es mejor aflojar un poco la marcha hasta que nos
recuperemos y superemos la crisis.
Fil
3:13-14 Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una
cosa hago: olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está
delante, prosigo a la meta, al premio
del
supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
En
las carreras populares de fondo vemos que los participantes tienen la
opción de refrescarse con botellas de agua proporcionadas por la
organización de la carrera. Los que creemos en Jesús estamos muy
motivados para acabar con éxito nuestra carrera. Jesús mismo es
quien nos motiva y ayuda refrescándonos y renovando nuestras fuerzas
por medio de su Espíritu. Sólo tenemos que fijar en Él nuestra
mirada y pedirle agua (debemos correr “puestos
los ojos en Jesús”).
Sal
18:32-33 (también
Hab 3:19)
Dios es el
que me ciñe de poder, y quien hace
perfecto mi camino; quien hace mis pies como de ciervas, y
me hace estar firme sobre
mis alturas.
Vemos,
pues, que esta carrera no es fácil. Pero Jesucristo nos dio la fe
necesaria para iniciarla y también para creer que la vamos a
terminar con éxito (“el
autor y consumador de la fe”).
Notemos que no sólo nos dio la fe para ponernos en marcha, sino que
además nos ayuda a superar las pruebas que van surgiendo,
acrecentando y fortaleciendo nuestra fe para que podamos alcanzar el
objetivo.
Un
servidor, que tiene cierta experiencia en participar en carreras de
fondo, puede afirmar que cuando uno acaba la carrera se siente bien,
y aunque se experimente cansancio físico, la satisfacción por haber
alcanzado el objetivo supera al cansancio y nos compensa. A medida
que uno avanza, ve que va faltando menos para acabar la carrera y
experimenta un anticipo del gozo que obtendrá al cruzar la meta.
Aunque resulte paradójico, mientras se corre, se puede tener
sufrimiento y gozo a la vez. Jesucristo experimentó algo parecido,
como se aprecia en He
12:2 (“el cual por
el gozo puesto delante de él sufrió la cruz”).
Que
Dios nos bendiga.
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