10/5/17

La carrera de la vida


He 12:1-2 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

Tenemos por delante una carrera cuya meta es reunirnos con Jesús, quien ha ido a preparar lugar para nosotros en el cielo.

¿Por qué una carrera y no una caminata? Tal vez la Palabra quiera hacer énfasis en que esta vida es breve y que nuestro destino en la eternidad se decide en el corto periodo de tiempo que estamos en la Tierra.

En cierto modo todos los seres humanos participan en la carrera de la vida terrenal, ya que ésta pasa rápidamente para todos; pero sólo aquellos que aceptan a Jesús como Señor y Salvador corren para obtener el premio que les espera al cruzar la meta. Creer en el Señor Jesucristo es el requisito fundamental establecido por el organizador de la carrera para obtener el premio. Aunque se cumplan muchas otras normas, sin aceptar a Jesús se corre en vano.

1 Co 9:24-25 ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.

Fil 2:16 asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado.

Aceptar el regalo de Dios, que nos dio a Jesucristo, es lo único que nos garantiza que correremos bien y obtendremos el premio. Este don gratuito no se puede sustituir ni completar con los méritos de los corredores para obtener el premio cuando crucemos la meta. Si hiciéremos eso, el organizador de la carrera se sentiría ofendido por haber rechazado o menospreciado un regalo tan valioso y nos castigaría en vez de premiarnos. Seamos, pues, agradecidos y aceptemos el don de Dios.

Gál 5:7 Vosotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer a la verdad?

La ruta que debemos seguir en nuestra carrera se indica en la Palabra de Dios y consiste en seguir a Cristo. Él es el Camino que conduce a la vida eterna y el salvoconducto para que, al cruzar la meta, recibamos nuestro galardón.

Jn 14:6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.

Porque tenemos que correr, debemos aligerar nuestra carga, como nos dice He 12:1. ¿Y cuál es la mejor manera de aligerarla? Sustituir nuestra propia carga por la que supone seguir a Cristo, porque su carga es ligera y el yugo de correr unido a Cristo es fácil de llevar.

Mt 11:28-30 Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.

De acuerdo a He 12:1 debemos igualmente despejar los obstáculos del camino o pecado que nos asedia. En este sentido hemos de tener en cuenta que la principal fuente de pecado radica en nosotros mismos, o sea, en nuestra carne. Luego está el mundo con todos sus estorbos y distracciones, e inseparablemente unido a estas dos fuentes, el tentador y engañador Satanás.

Hemos visto también en el mencionado versículo que esta carrera exige paciencia, por lo que si nos falta tenemos que pedirla a Dios. Es como una carrera de fondo o larga distancia que hay que correr con paso firme y seguro. Si corremos igual que para cubrir una distancia de 100 metros, nos desfondaremos y no tendremos fuerzas para continuar. Por eso tenemos que correr inteligentemente. Es muy importante hacerlo en equipo, ya que la compañía de otros hermanos participantes puede hacernos más amena la carrera y darnos ánimos.

En alguna ocasión le oí decir a un hermano que no debíamos pedir paciencia a Dios, porque entonces nos enviaría pruebas. Ésta puede ser una ocurrencia ingeniosa, pero no es bíblica.

Cuando se participa en una carrera de fondo hay que estar muy motivado para no sucumbir a la tentación de abandonar, luchando contra los momentos de desánimo. En dichos momentos no es recomendable pararse, porque nos enfriamos y luego nos cuesta más continuar. Si estamos muy cansados, es mejor aflojar un poco la marcha hasta que nos recuperemos y superemos la crisis.

Fil 3:13-14 Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.

En las carreras populares de fondo vemos que los participantes tienen la opción de refrescarse con botellas de agua proporcionadas por la organización de la carrera. Los que creemos en Jesús estamos muy motivados para acabar con éxito nuestra carrera. Jesús mismo es quien nos motiva y ayuda refrescándonos y renovando nuestras fuerzas por medio de su Espíritu. Sólo tenemos que fijar en Él nuestra mirada y pedirle agua (debemos correr puestos los ojos en Jesús”).

Sal 18:32-33 (también Hab 3:19) Dios es el que me ciñe de poder, y quien hace perfecto mi camino; quien hace mis pies como de ciervas, y me hace estar firme sobre mis alturas.

Vemos, pues, que esta carrera no es fácil. Pero Jesucristo nos dio la fe necesaria para iniciarla y también para creer que la vamos a terminar con éxito (el autor y consumador de la fe”). Notemos que no sólo nos dio la fe para ponernos en marcha, sino que además nos ayuda a superar las pruebas que van surgiendo, acrecentando y fortaleciendo nuestra fe para que podamos alcanzar el objetivo.

Un servidor, que tiene cierta experiencia en participar en carreras de fondo, puede afirmar que cuando uno acaba la carrera se siente bien, y aunque se experimente cansancio físico, la satisfacción por haber alcanzado el objetivo supera al cansancio y nos compensa. A medida que uno avanza, ve que va faltando menos para acabar la carrera y experimenta un anticipo del gozo que obtendrá al cruzar la meta. Aunque resulte paradójico, mientras se corre, se puede tener sufrimiento y gozo a la vez. Jesucristo experimentó algo parecido, como se aprecia en He 12:2 (“el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz).

Que Dios nos bendiga.

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