11/5/17

Seamos como niños


Mt 18:1-9;

1 En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? 2 Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, 3 y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. 4 Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. 5 Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe.

6 Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.

7 ¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! 8 Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno. 9 Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego.

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Respondiendo a la pregunta “quién es el mayor en el reino de los cielos”, formulada por sus discípulos, Jesús se centra en el quid del asunto: no se trata de que haya alguno que sea mayor que todos los demás, sino que “cualquiera que se humille como un niño”, ése es el mayor (versículo 4). No hay uno que sea el mayor, cualquiera puede ser el mayor, si se humilla como un niño. Por lo tanto lo que tenemos que procurar es humillarnos como un niño y no pretender ser el mayor.

Según Mr 9:35 “...si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos”. Igualmente cuando la madre de los hijos de Zebedeo pidió a Jesús que sus hijos se sentaran en el reino de los cielos, uno a su derecha y el otro a su izquierda, la respuesta de Jesús en Mr 10:42-45 fue la siguiente “... los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. 43 Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 44 y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. 45 Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. En términos muy similares se manifiesta en Mt 20:25-28.

En este mundo rige un sistema de valores mediante el cual las personas con mayor poder y riqueza son considerados los más grandes y tienen multitud de servidores, mientras que la gente humilde y pobre es la más pequeña y está para servir.

Los “grandes” suelen tener buena reputación y reciben la gloria de este mundo. A menudo son presentados al mundo con falsedades, magnificándose sus supuestas virtudes y ocultándose, minimizándose o disculpándose sus vicios y malas acciones. Su vanidad y orgullo se aceptan de buen grado, porque se considera normal entre los de su clase. Se supone que la motivación e intencionalidad de sus acciones es noble y cuando se evidencian fallos en su proceder suelen ser juzgados con benevolencia. En cambio con los humildes y desheredados suele ocurrir todo lo contrario (“a perro flaco, todo son pulgas”, como dice un refrán).

Dicho sistema de valores lamentablemente ha penetrado e impregnado también las iglesias cristianas. Muchos llamados reverendos y pastores, entre otros, se consideran y son tratados como grandes en el seno de las estructuras jerárquicas, no en base a los servicios prestados sino por razón de su cargo o ministerio.

Por cierto, la idea asociada a ministerio o ministro se ha ido pervirtiendo, pasando a significar para la mayoría una posición privilegiada, capaz de satisfacer el propio ego, proporcionando vanagloria y poder, cuando no riquezas, en vez de referirse el ministerio a la prestación de un servicio vocacional, motivado por el amor hacia los demás. Aquí las motivaciones subyacentes a los hechos, son para el Señor de la mayor importancia. Recordemos lo que Jesús dijo a los fariseos en Lc 16:15 “... Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación”.

El sistema de valores propio del reino de los cielos es antagónico al de este mundo. Servir con humildad a los demás tal como nos enseñó Jesús, que es el más grande de todos, al mundo le puede parecer propio de personas inferiores, pero para Dios los que sirven son grandes en el reino de los cielos y como tales serán recompensados. A la inversa, los que quieran grandeza aquí serán empequeñecidos en el cielo. Las dos porciones siguientes no dejan lugar a dudas:

Mt 23:11 “El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. 12 Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

Lc 14:10-11 “Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. 11 Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”.

Más importante que el hecho en sí es lo que lo motiva, la actitud del corazón. Una persona rica en bienes materiales puede conducirse orgullosamente o con humildad; puede disfrutar él solo de sus riquezas o compartir, ayudando a los menos favorecidos; puede sentirse satisfecho y agradecido a Dios o ser desagradecido y no estar nunca satisfecho con lo que posee.

Tampoco tiene valor en sí mismo el hecho de ser de condición humilde o pobre. El Señor no dijo bienaventurados los pobres, sino “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5:3). Y acerca del Señor mismo, se dice en 2 Co 8:9 “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”.

Jesús dice que necesitamos volvernos como niños (no que nos volvamos unos niños), si queremos acceder al reino de los cielos (Mt 18:2-4). ¿En qué sentido tenemos que ser como niños? La clave está en la humildad; debemos ser humildes como los niños. Me viene al pensamiento la típica imagen del niño que, cuando algún adulto le habla, se agarra a las piernas de su madre (o padre) tratando tímidamente de ocultar su rostro.

Pero evidentemente no debemos comportarnos como niños en todo. Por eso la Palabra nos dice en 1 Co 14:20 “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar”.

Los niños, sobre todo los más pequeños, hacen muchas cosas que están mal, porque están en plena fase de aprendizaje y aún no son plenamente conscientes de lo que hacen. En comparación con los adultos no son nada rencorosos, ni hipócritas, ni maquinan maldad. Así que otra característica que distingue a los niños de los adultos es su poca malicia. “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, 2 desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 P 2:1-2 ).

Deberíamos conservar y no matar en nosotros algunas partes del niño que fuimos; pero hay otras, como la ingenuidad, que no nos conviene mantener, si hacemos caso de Mt 10:16 “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. Humildes, sin malicia y sencillos, sí, pero no ingenuos sino prudentes.

Como contrapeso a estos versículos que nos exhortan a ser como niños en ciertos aspectos, la Palabra, en general, hace énfasis en el crecimiento y la madurez espiritual que debemos procurar en Cristo. He aquí una serie de textos que así lo indican:

Col 2:19 “...asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios”.

1 Co 3:1-3 “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. 2 Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, 3 porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?”.

He 5:11-14 “Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. 12 Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. 13 Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; 14 pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”.

Los seres vivos en general, sean plantas, animales o el hombre, para desarrollar toda su potencialidad y obtener su grado máximo de perfección, tienen que crecer a base de una buena alimentación hasta alcanzar su madurez o periodo adulto. En el ser humano esto es válido, tanto en el plano material como en el espiritual. Las dos porciones que siguen, así nos lo enseñan.

Ef 4:11-15 “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, 12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; 14 para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, 15 sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”.

1 Co 13:9-11 “Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. 11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño”.

Continuando con la reflexión sobre el texto con el que iniciamos este artículo, en los versículos 5 y 6 Jesús hace dos afirmaciones muy importantes: A) quien recibe a un niño o, por extensión, a cualquier persona que es humilde como un niño, en el nombre de Cristo, lo recibe a Él mismo, recibe a Dios; y B) quien haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en Jesucristo, más le valiera morir ahogado con una piedra de molino atada al cuello.

Debemos tener en cuenta que al mencionar aquí Jesús a “un niño como éste”, o a “alguno de estos pequeños que creen en mí”, se está refiriendo no sólo a los que son niños físicamente, sino también a personas mayores que se humillan como niños y que además creen en Cristo, es decir, a sus discípulos. Es de vital importancia que demos buen ejemplo a los niños y que cuidemos nuestro testimonio, tanto ante nuestros hermanos en la fe como ante nuestros familiares e incrédulos en general. Dios nos lo advierte muy severamente en los versículos 6 y 7; de ello daremos cuenta en juicio.

Finalmente en los versículos 8 y 9 Jesús nos está hablando en sentido figurado. Por el contexto general de la Biblia estamos seguros de que el Señor no quiere, bajo ningún concepto, que nos automutilemos. Baste, como ejemplo, la porción que se encuentra en 1 Co 3:16-17 “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 17 Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”.

El mensaje que nos da aquí Jesús es que debemos rechazar radicalmente el pecado en nuestras vidas, sin transigir en absoluto con el mismo. Cuando se nos presente la tentación a través de nuestros miembros, de nuestros sentidos, debemos combatirla de forma enérgica y no pensar: “un poquito sólo no me hará daño; soy lo suficientemente fuerte, lo puedo controlar”. Siempre que sea posible anticipar el peligro, debemos evitar las circunstancias en las que sabemos que podemos ser tentados, huyendo de ellas y no confiando en que seremos capaces de resistir las tentaciones. “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil (Mt 26:41; Mr 14:38).

En estos dos últimos versículos Jesús menciona varios miembros de nuestro cuerpo que pueden ser instrumentos de pecado (nos pueden hacer caer): las manos, los pies y los ojos.

Con las manos se hacen cosas, se realizan obras; por lo tanto debemos abstenernos de todo acto pecaminoso, de toda mala obra, haciendo el bien en lugar del mal.

Con los pies caminamos, nos desplazamos. Como el camino correcto es seguir a Jesús, cualquier cosa que estorbe o se oponga a este camino debemos apartarla o cortar con ella.

Otro tanto sucede con los ojos. Debemos ver las cosas como las ve Jesús, verlas a través de Jesús como si Él fuera nuestras gafas ¿Como vemos a los demás? ¿Los vemos con amor? En Mt 6:22-23 (también en Lc 11:34-36) Jesús nos dice: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; 23 pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” ¿Tenemos compasión de los que sufren? ¿Perdonamos a quienes nos ofenden?

Los ojos no sólo sirven para ver el mundo exterior o los objetos materiales. En sentido figurado también podemos tener visión espiritual, podemos ver con los ojos de la fe, o construir una representación visual de una experiencia vivida, soñada o imaginada.

El proceso de ver no es tan simple como parece, valga la redundancia, a simple vista; requiere un aprendizaje. Se sabe por el historial clínico de personas ciegas de nacimiento que llegaron a ver, gracias a una intervención quirúrgica o trasplante, que al principio la visión les causaba trastornos de desestructuración, ya que lo que veían era un caos de formas y colores, próximas o lejanas, estáticas o en movimiento, que necesitaban organizar y dotar de significado. Esto mismo se cree que sucede con los bebés recién nacidos. De modo similar, cuando nacemos de nuevo somos bebés espirituales que necesitamos aprender a ver con los ojos de Cristo.

Que el Señor nos bendiga a todos.

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