Mt
18:1-9;
1
En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién
es el mayor en el reino de los cielos? 2 Y llamando Jesús a un niño,
lo puso en medio de ellos, 3 y dijo: De cierto os digo, que si no os
volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los
cielos. 4 Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése
es el mayor en el reino de los cielos. 5 Y cualquiera que reciba en
mi nombre a un niño como este, a mí me recibe.
6
Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen
en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de
molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.
7
¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan
tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! 8
Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y
échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que
teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno. 9 Y si
tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es
entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado
en el infierno de fuego.
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Respondiendo
a la pregunta “quién
es el mayor en el reino de los cielos”,
formulada por sus discípulos, Jesús se centra en el quid del
asunto: no se trata de que haya alguno que sea mayor que todos los
demás, sino que “cualquiera
que se humille como un niño”,
ése es el mayor (versículo 4). No hay uno que sea el mayor,
cualquiera puede ser el mayor, si se humilla como un niño. Por lo
tanto lo que tenemos que procurar es humillarnos como un niño y no
pretender ser el mayor.
Según
Mr
9:35 “...si alguno quiere ser el primero, será el postrero de
todos, y el servidor de todos”.
Igualmente cuando la madre de los hijos de Zebedeo pidió a Jesús
que sus hijos se sentaran en el reino de los cielos, uno a su derecha
y el otro a su izquierda, la respuesta de Jesús en
Mr 10:42-45 fue
la siguiente
“... los que son tenidos por gobernantes de las naciones se
enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. 43
Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse
grande entre vosotros será vuestro servidor, 44 y el que de vosotros
quiera ser el primero, será siervo de todos. 45 Porque el Hijo del
Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida
en rescate por muchos”.
En términos muy similares se manifiesta en
Mt 20:25-28.
En
este mundo rige un sistema de valores mediante el cual las personas
con mayor poder y riqueza son considerados los más grandes y tienen
multitud de servidores, mientras que la gente humilde y pobre es la
más pequeña y está para servir.
Los
“grandes” suelen tener buena reputación y reciben la gloria de
este mundo. A menudo son presentados al mundo con falsedades,
magnificándose sus supuestas virtudes y ocultándose, minimizándose
o disculpándose sus vicios y malas acciones. Su vanidad y orgullo se
aceptan de buen grado, porque se considera normal entre los de su
clase. Se supone que la motivación e intencionalidad de sus acciones
es noble y cuando se evidencian fallos en su proceder suelen ser
juzgados con benevolencia. En cambio con los humildes y desheredados
suele ocurrir todo lo contrario (“a
perro flaco, todo son pulgas”,
como dice un refrán).
Dicho
sistema de valores lamentablemente ha penetrado e impregnado también
las iglesias cristianas. Muchos llamados reverendos y pastores, entre
otros, se consideran y son tratados como grandes en el seno de las
estructuras jerárquicas, no en base a los servicios prestados sino
por razón de su cargo o ministerio.
Por
cierto, la idea asociada a ministerio o ministro se ha ido
pervirtiendo, pasando a significar para la mayoría una posición
privilegiada, capaz de satisfacer el propio ego, proporcionando
vanagloria y poder, cuando no riquezas, en vez de referirse el
ministerio a la prestación de un servicio vocacional, motivado por
el amor hacia los demás. Aquí las motivaciones subyacentes a los
hechos, son para el Señor de la mayor importancia. Recordemos lo que
Jesús dijo a los fariseos en Lc
16:15 “... Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos
delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo
que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación”.
El
sistema de valores propio del reino de los cielos es antagónico al
de este mundo. Servir con humildad a los demás tal como nos enseñó
Jesús, que es el más grande de todos, al mundo le puede parecer
propio de personas inferiores, pero para Dios los que sirven son
grandes en el reino de los cielos y como tales serán recompensados.
A la inversa, los que quieran grandeza aquí serán empequeñecidos
en el cielo. Las dos porciones siguientes no dejan lugar a dudas:
Mt
23:11 “El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. 12
Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido”.
Lc
14:10-11 “Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último
lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube
más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan
contigo a la mesa. 11 Porque cualquiera que se enaltece, será
humillado; y el que se humilla, será enaltecido”.
Más
importante que el hecho en sí es lo que lo motiva, la actitud del
corazón. Una persona rica en bienes materiales puede conducirse
orgullosamente o con humildad; puede disfrutar él solo de sus
riquezas o compartir, ayudando a los menos favorecidos; puede
sentirse satisfecho y agradecido a Dios o ser desagradecido y no
estar nunca satisfecho con lo que posee.
Tampoco
tiene valor en sí mismo el hecho de ser de condición humilde o
pobre. El Señor no dijo bienaventurados los pobres, sino
“Bienaventurados
los pobres
en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5:3). Y
acerca del Señor mismo, se dice en
2 Co 8:9 “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor
Jesucristo, que por
amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico,
para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”.
Jesús
dice que necesitamos volvernos como
niños
(no que nos volvamos unos niños), si queremos acceder al reino de
los cielos (Mt
18:2-4). ¿En
qué sentido tenemos que ser como niños? La clave está en la
humildad; debemos ser humildes como los niños. Me viene al
pensamiento la típica imagen del niño que, cuando algún adulto le
habla, se agarra a las piernas de su madre (o padre) tratando
tímidamente de ocultar su rostro.
Pero
evidentemente no debemos comportarnos como niños en todo. Por eso la
Palabra nos dice en 1
Co 14:20 “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed
niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar”.
Los
niños, sobre todo los más pequeños, hacen muchas cosas que están
mal, porque están en plena fase de aprendizaje y aún no son
plenamente conscientes de lo que hacen. En comparación con los
adultos no son nada rencorosos, ni hipócritas, ni maquinan maldad.
Así que otra característica que distingue a los niños de los
adultos es su poca malicia.
“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía,
envidias, y todas las detracciones, 2 desead, como niños recién
nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella
crezcáis para salvación” (1 P 2:1-2 ).
Deberíamos
conservar y no matar en nosotros algunas partes del niño que fuimos;
pero hay otras, como la ingenuidad, que no nos conviene mantener, si
hacemos caso de Mt
10:16 “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed,
pues, prudentes como serpientes,
y sencillos como palomas”.
Humildes, sin malicia y sencillos, sí, pero no ingenuos sino
prudentes.
Como
contrapeso a estos versículos que nos exhortan a ser como niños en
ciertos aspectos, la Palabra, en general, hace énfasis en el
crecimiento y la madurez espiritual que debemos procurar en Cristo.
He aquí una serie de textos que así lo indican:
Col
2:19 “...asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el
cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos,
crece con el crecimiento que da Dios”.
1
Co 3:1-3 “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a
espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. 2 Os di
a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois
capaces todavía, 3 porque aún sois carnales; pues habiendo entre
vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y
andáis como hombres?”.
He
5:11-14 “Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de
explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. 12 Porque
debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad
de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de
las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis
necesidad de leche, y no de alimento sólido. 13 Y todo aquel que
participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque
es niño; 14 pero el alimento sólido es para los que han alcanzado
madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en
el discernimiento del bien y del mal”.
Los
seres vivos en general, sean plantas, animales o el hombre, para
desarrollar toda su potencialidad y obtener su grado máximo de
perfección, tienen que crecer a base de una buena alimentación
hasta alcanzar su madurez o periodo adulto. En el ser humano esto es
válido, tanto en el plano material como en el espiritual. Las dos
porciones que siguen, así nos lo enseñan.
Ef
4:11-15 “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, 12 a
fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la
edificación del cuerpo de Cristo, 13 hasta que todos lleguemos a la
unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; 14
para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de
todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar
emplean con astucia las artimañas del error, 15 sino que siguiendo
la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto
es, Cristo”.
1
Co 13:9-11 “Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10
mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.
11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño,
juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de
niño”.
Continuando
con la reflexión sobre el texto con el que iniciamos este artículo,
en los versículos 5 y 6 Jesús hace dos afirmaciones muy
importantes: A) quien recibe a un niño o, por extensión, a
cualquier persona que es humilde como un niño, en el nombre de
Cristo, lo recibe a Él mismo, recibe a Dios; y B) quien haga
tropezar a uno de estos pequeños que creen en Jesucristo, más le
valiera morir ahogado con una piedra de molino atada al cuello.
Debemos
tener en cuenta que al mencionar aquí Jesús a “un
niño como éste”,
o a “alguno
de estos pequeños que creen en mí”,
se está refiriendo no sólo a los que son niños físicamente, sino
también a personas mayores que se humillan como niños y que además
creen en Cristo, es decir, a sus discípulos. Es de vital importancia
que demos buen ejemplo a los niños y que cuidemos nuestro
testimonio, tanto ante nuestros hermanos en la fe como ante nuestros
familiares e incrédulos en general. Dios nos lo advierte muy
severamente en los versículos 6 y 7; de ello daremos cuenta en
juicio.
Finalmente
en los versículos 8 y 9 Jesús nos está hablando en sentido
figurado. Por el contexto general de la Biblia estamos seguros de que
el Señor no quiere, bajo ningún concepto, que nos automutilemos.
Baste, como ejemplo, la porción que se encuentra en 1
Co 3:16-17 “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu
de Dios mora en vosotros? 17 Si alguno destruyere el templo de Dios,
Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois
vosotros, santo es”.
El
mensaje que nos da aquí Jesús es que debemos rechazar radicalmente
el pecado en nuestras vidas, sin transigir en absoluto con el mismo.
Cuando se nos presente la tentación a través de nuestros miembros,
de nuestros sentidos, debemos combatirla de forma enérgica y no
pensar: “un
poquito sólo no me hará daño; soy lo suficientemente fuerte, lo
puedo controlar”.
Siempre que sea posible anticipar el peligro, debemos evitar las
circunstancias en las que sabemos que podemos ser tentados, huyendo
de ellas y no confiando en que seremos capaces de resistir las
tentaciones.
“Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a
la verdad está dispuesto, pero la carne es débil (Mt 26:41; Mr
14:38).
En
estos dos últimos versículos Jesús menciona varios miembros de
nuestro cuerpo que pueden ser instrumentos de pecado (nos pueden
hacer caer): las manos, los pies y los ojos.
Con
las manos se hacen cosas, se realizan obras; por lo tanto debemos
abstenernos de todo acto pecaminoso, de toda mala obra, haciendo el
bien en lugar del mal.
Con
los pies caminamos, nos desplazamos. Como el camino correcto es
seguir a Jesús, cualquier cosa que estorbe o se oponga a este camino
debemos apartarla o cortar con ella.
Otro
tanto sucede con los ojos. Debemos ver las cosas como las ve Jesús,
verlas a través de Jesús como si Él fuera nuestras gafas ¿Como
vemos a los demás? ¿Los vemos con amor? En Mt 6:22-23 (también en
Lc
11:34-36) Jesús
nos dice: “La
lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu
cuerpo estará lleno de luz; 23 pero si tu ojo es maligno, todo tu
cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es
tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” ¿Tenemos
compasión de los que sufren? ¿Perdonamos a quienes nos ofenden?
Los
ojos no sólo sirven para ver el mundo exterior o los objetos
materiales. En sentido figurado también podemos tener visión
espiritual, podemos ver con los ojos de la fe, o construir una
representación visual de una experiencia vivida, soñada o
imaginada.
El
proceso de ver no es tan simple como parece, valga la redundancia, a
simple vista; requiere un aprendizaje. Se sabe por el historial
clínico de personas ciegas de nacimiento que llegaron a ver, gracias
a una intervención quirúrgica o trasplante, que al principio la
visión les causaba trastornos de desestructuración, ya que lo que
veían era un caos de formas y colores, próximas o lejanas,
estáticas o en movimiento, que necesitaban organizar y dotar de
significado. Esto mismo se cree que sucede con los bebés recién
nacidos. De modo similar, cuando nacemos de nuevo somos bebés
espirituales que necesitamos aprender a ver con los ojos de Cristo.
Que
el Señor nos bendiga a todos.
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