11/5/17

Predicción del sitio de Jerusalén




Ez 4:1-8;

1 Tú, hijo de hombre, tómate un adobe, y ponlo delante de ti, y diseña sobre él la ciudad de Jerusalén. 2 Y pondrás contra ella sitio, y edificarás contra ella fortaleza, y sacarás contra ella baluarte, y pondrás delante de ella campamento, y colocarás contra ella arietes alrededor. 3 Tómate también una plancha de hierro, y ponla en lugar de muro de hierro entre ti y la ciudad; afirmarás luego tu rostro contra ella, y será en lugar de cerco, y la sitiarás. Es señal a la casa de Israel.

4 Y tú te acostarás sobre tu lado izquierdo y pondrás sobre él la maldad de la casa de Israel. El número de los días que duermas sobre él, llevarás sobre ti la maldad de ellos. 5 Yo te he dado los años de su maldad por el número de los días, trescientos noventa días; y así llevarás tú la maldad de la casa de Israel. 6 Cumplidos éstos, te acostarás sobre tu lado derecho segunda vez, y llevarás la maldad de la casa de Judá cuarenta días; día por año, día por año te lo he dado. 7 Al asedio de Jerusalén afirmarás tu rostro, y descubierto tu brazo, profetizarás contra ella. 8 Y he aquí he puesto sobre ti ataduras, y no te volverás de un lado a otro, hasta que hayas cumplido los días de tu asedio.

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Aquí nos hallamos ante uno de tantos pasajes de la Biblia de difícil comprensión, al menos para mí. En este breve estudio mostraré una serie de reflexiones e hipótesis de trabajo, así como algunas conclusiones a las que he podido llegar en relación con este asunto.

Esta profecía, que se cumpliría en un plazo de entre cuatro y seis años después, fue dada a los cautivos de Judá que moraban en Tel-abib, junto al río Quebar, por medio de Ezequiel. Ocurrió en el quinto año de la deportación del rey Joaquín, que coincide con el mismo año del reinado de Sedequías en Jerusalén (Ez 1:2).

Dios le mandó a Ezequiel construir con adobe una especie de maqueta o representación en miniatura de Jerusalén, sitiada por un ejército enemigo, y que escenificase luego un asedio a la ciudad, como señal a la casa de Israel de lo que iba a ocurrir. Fijémonos que aquí Dios consideró casa de Israel no sólo al extinto reino del norte, sino también al reino del sur entonces vigente, que incluía a las tribus de Judá y Benjamín, junto con una porción de los levitas y un pequeño remanente de otras tribus. Así que, en este contexto el reino de Judá era una prolongación de la casa de Israel, al ser ésta concebida por Jehová como un solo pueblo.

Como principal motivo de mi reflexión, quiero centrar la atención en el mandato dado por Jehová a Ezequiel de llevar simbólicamente la maldad de su pueblo. Para ello tenía que acostarse 390 días sobre el costado izquierdo en representación de la maldad de Israel y a continuación otros 40 días sobre el costado derecho en representación de la maldad de Judá. Una vez hecho esto debía escenificar el asedio a la ciudad.

Como ya había sucedido a Israel durante su travesía por el desierto y, de modo similar a la visión de Daniel sobre las setenta semanas que estaban determinadas sobre su pueblo, en esta ocasión Dios toma también días que representan o conllevan años.

Nm 14:34; Conforme al número de los días, de los cuarenta días en que reconocisteis la tierra, llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años, un año por cada día; y conoceréis mi castigo.

Dn 9:24; Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos.

Para resolver esta difícil cuestión creo que en primer lugar debemos tratar de acotar los referidos periodos de maldad.

En el caso del reino del norte es obvio que permaneció en rebeldía contra Dios desde prácticamente su comienzo (1 R 12:15-16; 2 Cr 10:15-16) hasta el final (2 R 17:3-6; 2 R 18:9-12). Pero si consideramos la casa de Israel en el sentido amplio que se le atribuye en Ez 4:3, lo que marca el final de la misma no es la fecha del exilio del reino del norte, que se consumó con la segunda deportación, sino la toma de Jerusalén, que acarreó su total destrucción y el cautiverio de Judá (2 R 25:1-12; Jer 39:1-10).

Como intento reflejar en el cuadro anexo al final de este estudio, la suma de los años de reinado de todos los reyes de Judá desde que se produjo la división del reino de Israel hasta la toma de Jerusalén, arroja un total de 393 años y seis meses. Este largo periodo corresponde, grosso modo, con los años de maldad de Israel en su conjunto. No se puede calcular con exactitud, porque la Biblia redondea a años el tiempo de reinado de cada rey cuya duración excede de un año y, por otra parte, habría que acotar con más precisión este periodo.

En mi opinión, este periodo de maldad de 390 años no comienza de inmediato con la división del reino, sino poco después, al apostatar Jeroboam de la Ley de Dios e instituir de manera oficial la idolatría. Cuánto duró ese pequeño intervalo de tiempo no lo sabemos, pero no se puede descartar que pasaran algunos años. En cuanto al evento que marca el final del periodo, entiendo que éste se produce exactamente con la toma de Jerusalén en el año undécimo del rey Sedequías (2 R 25:1-4; Jer 39:1-4).

Si tenemos en cuenta esta medición más precisa y además consideramos el redondeo a años de cada reinado, nos aproximamos muchísimo al mencionado periodo de 390 años. En todo caso, no hay duda de que ese dato (los 390 años) corresponde exactamente al periodo de maldad de la casa de Israel, porque nos lo indica Dios mismo, el único sabio que no puede equivocarse.

En cuanto a la maldad de los hijos de Judá, por lógica tiene que referirse a los últimos 40 años, y no al tiempo en que el pueblo, de forma generalizada, se apartó de Jehová durante el periodo más extenso de 390 años. Entonces, si retrocedemos 40 años desde la toma de Jerusalén, nos situamos en el año 13 del reinado de Josías, cuando éste tenía 21 años de edad.

Pero, ¿qué tiene de especial esa fecha? Pues que fue en ese tiempo cuando Jeremías comenzó a hablar de parte de Dios al pueblo para que se arrepintiesen y volviesen de sus malos caminos (Jer 1:2-3; Jer 25:1-3). Aunque durante la vida de Josías sucedieron otros hechos significativos, como el tiempo en que él comenzó a buscar a Jehová (2 Cr 34:3) o cuando fue hallado el libro de la Ley (2 Cr 34:14), sólo desde que Jeremías inició su ministerio obtenemos un periodo exacto de 40 años.

Desde temprano y sin cesar Dios les había enviado profetas, a quienes tanto Israel como Judá rechazaron y no quisieron escuchar. Aunque Isaías y Miqueas ya habían profetizado anteriormente en Judá, Dios quiso darles una última oportunidad, anunciando insistentemente a la generación que iba a presenciar la destrucción de Jerusalén y el exilio, el juicio que vendría sobre ellos por su tenaz rebeldía (2 R 22:14-17). Y esto lo hizo valiéndose especialmente de Jeremías, sin perjuicio de que también colaborara en esa tarea de forma puntual o secundaria algún otro contemporáneo suyo, como es el caso de Sofonías, y ya más tarde, al final de esta etapa, el mismo Ezequiel, que ya había sido llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Joaquín y lo más selecto del pueblo (2 R 24:14-16).

Este es un caso notable de profecía cumplida en un breve espacio de tiempo, que podríamos considerar como de corto o medio plazo. Pero me temo que, así como los judíos de entonces no comprendieron que su destrucción era inminente, tampoco la gente de hoy entiende que el juicio de Dios ya está a punto de caer sobre toda la tierra.

Como nos enseña Ec 1:9-11, los que vivimos en la actualidad no somos diferentes de nuestros antepasados, al caer una y otra vez en los mismos errores. Y esto sucede a causa de nuestra incredulidad, que endurece e insensibiliza nuestros corazones. Israel había oído tanto y durante tanto tiempo acerca del castigo que vendría sobre ellos, si no se arrepentían y volvían a Jehová, que cuando ya casi lo tocaban con la punta de los dedos no lo creyeron. Así puede estar sucediendo hoy en día; que de tanto oír que estamos en los últimos tiempos y que la venida del Señor está cerca, cuando eso ocurra a muchos los sorprenda como ladrón en la noche (2 P 3:3-4).

Que el Señor nos siga bendiciendo y ayudando a entender su Palabra.


EL REINO DIVIDIDO

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